Los católicos en el origen de Comisiones



JOSÉ BABIANO
Durante el período comprendido entre 1962 y 1967, en las zonas urbanas e industriales más importantes del país, las Comisiones Obreras emergieron a la superficie como un movimiento capaz de movilizar a decenas de miles de trabajadores. Si bien el núcleo orgánico del movimiento estaba configurado por una red relativamente pequeña de militantes, éstos a diferencia del pasado, habían conseguido romper el aislamiento de las protestas fabriles, una amplia coordinación territorial y sectorial e incorporar, con diferentes grados de lealtad, a trabajadores no adscritos a organización alguna de oposición al régimen y que, en muchos sentidos, eran nuevos.
También en esos años y a diferencia del decenio anterior, las acciones emprendidas por las Comisiones Obreras se saldaron con apreciables niveles de consecución, en especial por lo que concierne al ámbito del salario. Aunque eventualmente podia reclamarse la libertad de los activistas detenidos durante las protestas y expresarse la demanda de derechos sindicales, puede afirmarse que el hilo conductor de las movilizaciones fue la negociación colectiva y mas específicamente, el alza de salarios.
La oleada tiuelguística de la primavera de 1962 y la jornada de lucha de octubre de 1967,precisamente convocada por las Comisiones Obreras, pueden tomarse como los hitos que definen ese periodo.
Toda vez pasado el ajuste del Plan de Estabilización, la economía española comenzó a crecer con rapidez. En ese contexto, importantes capas de trabajadores debieron creer que si en el pasado hablan soportado sacrificios, habla llegado el momento de compartir la riqueza ahora generada, en forma de aumentos salariales. La demanda gozaba de amplia legitimidad porque ya no era solamente reclamada desde la prensa clandestina de oposición. Aparecía con frecuencia en los boletines de las asociaciones obreras de la Acción Católica —como el periódico Juventud Obrera— e incluso el propio Gobierno solia hacer frecuente propaganda del aumento del bienes- Desde el punto de vista de la acción colectiva y de la organización, el fenómeno de las Comisiones Obreras entre 1962 y 1967 todavía hoy resulta extraordinariamente rica a los ojos de los historiadores y de los científicos sociales. En efecto, pues por una parte, puede observarse una notable flexibilidad y agilidad organizativas, además de un considerable flujo de comunicación entre los distintos niveles del movimiento. Por otro lado,los propios repertorios de formas de acción colectiva fueron ampliados y activados de manera también muy flexible. Esta combinación de caracteres aseguró, en gran medida, el éxito de las Comisiones Obreras frente a otros ensayos de reconstrucción del movimiento obrero que tuvieron lugar en las décadas de 1940 y 1950.
Otro aspecto singular de esa experiencia consistió en el hecho de que militantes católicos trabajasen unitariamente con los comunistas, tanto en las Comisiones de empresa como en las coordinadoras locales de rama y en otros niveles del movimiento. Es decir, algo más de una generación después de que ambas corrientes ideológicas se enfrentasen militarmente en una guerra civil, se hallaban colaborando en la vertebración de un movimiento sindical de carácter independiente.
En efecto, el 20 de noviembre de 1964 en una iglesia del barrio de Sants, en Barcelona, tuvo lugar una reunión de unos 200 trabajadores; la mayoria de ellos eran metalúrgicos. El comité organizador de la reunión estaba formado por cinco militantes comunistas, dos católicos y un independiente.
Por entonces, la Juventud Obrera Católica (en adelante, JOC) tenía alrededor de 200 pequeñas secciones en la diócesis de Barcelona y distribuía unos 12.000 ejemplares de su periódico Juventud Obrera en Cataluña (Balfour, 1994: 88-91).
El 2 de septiembre de 1964, en los locales de la Organización Sindical, una asamblea de metalúrgicos eligió lo que mas tarde seria la Comisión Obrera Provincial. Tanto en la Comisión del Metal, como en las de otras ramas —estas con bastante menor incidencia que la primera— y en aquellas existentes en las empresas, se vieron implicados, además de obreros independientes, militantes comunistas y católicos. Por separado, la JOC, la Hermandad Obrera de Acción Católica (en adelante, HOAC) y las Vanguardias Obreras —impulsadas por los Jesuítas—, no llegaron a tener efectivos muy numerosos en la capital del Estado. Sin embargo, en
conjunto, debe atribuírseles un importante grado de responsabilidad en el desarrollo de las Comisiones Obreras en Madrid, desde la negociación del convenio colectivo del metal, de 1964, hasta la jornada de lucha del 27 de octubre de 1967. Lo mismo cabe decir en relación a la década anterior a 1964, marcada por la experiencia de una actividad que no lograba transcender
del marco de cada fábrica (Babiano, 1995: caps. 6 y 7).
En Vizcaya, después del conflicto en el sector del metal, de abril de 1962, las Comisiones de fábrica nombran una comisión de cinco miembros para gestionar la libertad de los 52 detenidos durante el conflicto. La mayoría de ellos procedían de la HOAC. Durante los dos años siguientes,
esa comisión, transformada en Comisión Obrera Provincial, realizó gestiones, convocó paros y manifestaciones y exigió aumentos de salarios, la readmisión de los activistas despedidos y eventualmente, la libertad sindical.
Mientras tanto, en las comisiones de fabrica vizcaínas, la presencia de trabajadores provenientes de las organizaciones católicas JOC y HOAC fue significativa (Ibarra & García Marroquín, 1993: 116 y 117).
Fuera de Vizcaya pero todavía en el País Vasco, el 7 de agosto de 1966, dos militantes de ETA, dos comunistas y un militante de la JOC constituyeron, en Zumárraga, la Comisión Obrera Provincial de Guipúzcoa.
En Álava, durante esos años el movimiento fue organizándose a partir de las estructuras de la Iglesia, fundamentalmente la HOAC y la VanguardiaObrera (Ibídem: 118-119).
En la cuenca asturiana del carbón, comunistas, socialistas y militantes católicos, desde mediados de los años cincuenta coincidieron en diversas protestas en los pozos. Las tres corrientes se verían involucradas en las huelgas de la primavera de 1962. En el camino, diversas Comisiones de vida efímera aparecieron y desaparecieron ante cada exigencia planteada en los conflictos. Como en Madrid y en Barcelona, más allá de la participación de activistas enrolados en la JOC y en la HOAC, diversos sacerdotes cedieron los locales de sus parroquias para celebrar reuniones yasambleas "*. Al mismo tiempo, militantes católicos de la minería participaron en la creación de la Unión Sindical Obrera, en 1960 (García Piñeiro,1990: 315 y ss.). La USO se comprometió en la organización de las Comisiones Obreras hasta 1967.

Para el caso de Barcelona, pueden verse las cartas de diversos sacerdotes, cursadas en 1967 (Domínguez, 1985: 168 y ss.).
Es conocido que no fue ese el caso de los militantes de la UGT, que contaban con una implantación significativa en la región de Asturias (vid. Sacaluga, 1986). En relación a la USO, otros autores sitúan sus orígenes en la localidad guipuzcoana de Rentería (Martín Artiles, 1990: 165).
En el País Valenciano, el11 de diciembre de 1966 tuvo lugar una reunión en la sede de la institución valencianista Lo Rat Penat. En ella se dieron cita algo más de una treintena de militantes y simpatizantes católicos y comunistas. Ambos venían coincidiendo en experiencias comunes de Comisiones de fábrica durante algunos años y ambos decidieron ahora iniciar la coordinación a la luz de otras experiencias de Comisiones Obreras.
El propio obispo, Marcelino Olaechea había creado un Instituto Social Obrero en el que se celebraban seminarios y otra serie de reuniones.
Igualmente impulsó la HOAC, que habia arraigado en localidades como Alcoy, Elche, Manises o Valí D'Uxó. La propia HOAC contaba ya en 1952 con unos 300 militantes en la región. Siete años después, la JOC había logrado, por su parte, organizar 66 equipos (Soler & Saz, 1993: 289-297).
En Zaragoza, por citar otra de las más importantes ciudades españolas, durante 1966 tuvieron lugar diversos contactos entre el PCE, la HOAC y la JOC locales, al objeto de preparar en común la participación en las elecciones sindicales oficiales de ese año. Lo mismo ocurrió en 1967, especialmente para organizar la jornada de protesta del 27 de octubre (Forcadell & Montero, 1993: 323-325).
Es conocido que a partir de 1968, esta colaboración entre militantes católicos y comunistas que, como hemos visto sumariamente, se registró en las zonas urbanas e industriales más destacadas del país, quedó un tanto difuminada. A partir de entonces, tanto el liderazgo como el mantenimiento de la estructura organizativa de las Comisiones Obreras dependió en mucha mayor medida de los militantes del PCE, Existen múltiples factores que explican esa nueva situación. En primer lugar, claro está, la represión abierta en 1968 y las consiguientes regresión de la movilización y merma de los efectivos del movimiento, constituyeron un caldo de cultivo muy propicio para las querellas y los reproches mutuos entre las distintas corrientes que venían participando. Fue precisamente en esa coyuntura en la que la USO retiró definitivamente su apoyo a las Comisiones, alegando la hegemonía del PCE dentro de ellas.
No acababan aquí los problemas. La Acción Sindical de Trabajadores (AST), un grupo formado por militantes de las Vanguardias Obreras, aunque continuó dentro de Comisiones Obreras, mantuvo una posición muy crítica en relación a la experiencia de los años centrales de la década de1960. Así, en 1969, junto a una serie de consignas desconocidas en el ' Véase el folleto Por un sindicalismo de clase ¿Qué es la USO? 1975, págs. 21-22. pasado por su radicalidad, exigió la dimisión de todos los enlaces y jurados. Las cosas no mejoraron cuando, con el cambio de década, la AST
se transformó en Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), dado que a lo largo de 1972 se abstuvo de participar en las Comisiones de Madrid .
Completando este cuadro, debe añadirse que justo en el momento de mayor éxito de movilización de las Comisiones Obreras, durante los años 1966 y siguiente, las organizaciones especializadas de la Acción Católica (HOAC y JOC) entraron en un declive definitivo, al menos para lo que aquí
importa: su peso en la organización y desarrollo de Comisiones Obreras. Este declive tuvo que ver, por un lado, con que muchos militantes católicos experimentaron un proceso de laicización y radicalización que les llevó a romper con sus organizaciones de origen, crear otras nuevas —son los casos citados de la USO y la ORT— o a enrolarse en las organizaciones clandestinas de oposición como el PCE.
Pero además este declive tuvo que ver con la intervención de la jerarquía de la iglesia en las organizaciones especializadas de Acción Católica para tratar de atajar los enfrentamientos entre éstas y el Gobierno. Estos enfrentamientos, se dieron recurrentemente desde el comienzo de los
años sesenta y se recrudecieron a mediados de la década. Fue entonces cuando la jerarquía consideró que la actividad y las tomas de posición de las organizaciones especializadas habían llegado demasiado lejos en sus desafíos al Gobierno. La intervención tenía el aire de un trueque mediante el cual se ofrecía moderación al régimen a cambio de la salvaguarda de las propias organizaciones católicas. Sin embargo, en el contexto de un notable activismo obrero, el resultado no fue otro que una profunda crisis
En todo caso, tanto desde el punto de vista de la renovación organizativa como de la ampliación de los repertorios de acción colectiva, el período más rico en la trayectoria de Comisiones Obreras bajo el franquismo fue el que concluyó en 1967. Ese período fue igualmente en el que las organizaciones católicas y sus militantes alcanzaron una mayor relevancia dentro de las Comisiones, tanto por su papel como organizadores como en términos de liderazgo. Por esta serie de motivos, en adelante trataré de explicar las razones que hicieron que los militantes católicos, durante los años centrales de la década de 1960, impulsasen las Comisiones Obreras en estrecha colaboración con sus enemigos declarados de antaño: los comunistas. En primer lugar debe aclararse que los fenómenos que posibilitaban este explicación no se circunscriben solamente a los años de emergencia definitiva de las Comisiones —entre 1962 y 1967—. Por el contrario, se remontan en el tiempo, al menos una década hacia atrás.
Hecha esta precisión, puede añadirse que la convergencia entre católicos y comunistas de la que hablamos, tuvo que ver con la propia historia política de las organizaciones de uno y otro signo. Es ya un lugar común en la bibliografía al uso señalar que, en lo que concierne al PCE, el camino hacia las Comisiones Obreras estuvo jalonado por una serie de decisiones políticas de gran alcance, tomadas por la dirección del Partido. En este sentido, es frecuente citar el abandono de la guerrilla a finales de losaños cuarenta; la opción paralela por realizar trabajo político dentro de las organizaciones del régimen —en particular, dentro de la Organización Sindical—, combinando la acción clandestina con la legal; o finalmente, la adopción de la política de Reconciliación Nacional, en 1956.
Por su parte, en el ámbito católico también pueden citarse algunos hitos que, de manera análoga, empujaron a los militantes a un activismo sindical como el que practicaron las Comisiones Obreras. El primero de ellos, naturalmente, fue la promulgación misma de las Normas Generales para la especialización obrera, dentro de las ramas de Acción Católica, por la Conferencia de Obispos Metropolitanos, en mayo de 1946.

No obstante, al mismo tiempo otros pronunciamientos públicos animarían a los militantes católicos a tomar posiciones críticas. El propio obispo de Bilbao, en noviembre de 1953, constataba que «la injusticia social campea entre nosotros, en el mundo de las relaciones laborales». Justo un año después, el obispo de Gran Canaria sostenía que la Organización Sindical Española no se ajustaba a la doctrina social de la Iglesia, dado que, como sindicato, ni era obrero ni era cristiano (Castaño Colomer,
1978: 37 y 45).
Un sentido similar tuvieron diversas declaraciones de las organizaciones especializadas, a lo largo de los años cincuenta y en la década siguiente.
Así el Manifiesto de la JOC, de abril de 1956, reclamaba el respeto a la legislación laboral en materia de salarios, horas extraordinarias y calificación, además del derecho a la libre asociación. Esta misma organización en sus XII y XIII Consejos Nacionales de 1959 y 1960, planteó una «acción auténtica y realmente representativa de los sindicatos», como algo imprescindible para la defensa de los derechos de la clase obrera. Del mismo modo, criticó
el procedimiento llevado a cabo por el sindicato vertical durante las elecciones sindicales de ese último año (Ibídem: 40, 47 y 75) '°.
Y es que, más allá del llamamiento lógico para que sus militantes penetrasen en las empresas, las organizaciones obreras católicas les habían alentado de manera expresa a participar en la Organización Sindical, como medio de influencia y expansión de la doctrina cristiana. Así, en los Cursillos Apostólicos de la HOAC, dentro del famoso método de ver, juzgar y actuar, una de las denominadas piezas doctrinales sobre las que trataban las encuestas a los cursillistas eran las instituciones. Dentro de las mismas, claro está, se hallaba el sindicato vertical (González Osto,
1994: 51-55). Por su parte, el x Consejo Nacional de la JOC, autorizó a sus militantes para actuar según sus propios criterios en el uso de los cargos sindicales, obtenidos en la convocatoria de aquél mismo año de 1957 (Castaño Colomer, 1978: 61). Este tipo de resoluciones favoreció, sin
duda, el hecho de que los católicos coincidiesen con los comunistas en las empresas, trabajando por objetivos similares .
Sin embargo, tanto los giros políticos del Partido Comunista como las posiciones oficiales de las organizaciones obreras cristianas, no pueden explicar por si solos el hecho de que los militantes católicos desempeñasen un papel de primer orden en la organización y liderazgo de las Comisiones durante los años centrales de la década de 1960. Esto es así, en la medida
en que las Comisiones fueron, sobre todo, un movimiento de taller. Por lo tanto, los militantes de base adquirieron un protagonismo en el hallazgo, codificación y extensión de dicha fórmula, mayor del que a menudo se cree y en todo caso, tan amplio como el atribuido a los aparatos de las organizaciones, como minimo.
Por estas razones, en adelante me detendré en examinar dos fenómenos cruciales, desde mi punto de vista. Ambos afectaban directamente a los militantes y ambos contribuyen a explicar un activismo católico en las Comisiones Obreras, muy amalgamado con el de los comunistas. Estos fenómenos no son otros que la eclosión del fordismo como paradigma de gestión global de la mano de obra, por un lado y el hecho, en segundo lugar, de que tanto los católicos como los comunistas compartieran una cultura militante muy similar en múltiples aspectos.
Sabemos que fordismo significa producción en masa de bienes estandarizados, a través de cadenas y/o líneas rígidas de fabricación. A su vez, implica el consumo, también de masas, de esos bienes indiferenciados.
En efecto, dejando ahora a un lado el hecho inconstatable del carácter antifranquista de Comisiones Obreras, debe recordarse que el elemento principal a través del cual consiguó la movilización de amplios sectores de la clase obrera no fue otro que la negociación salarial, en el contexto de la negaciación colectiva.