UGT en las huelgas mineras de los 60


1957-1962. La ofensiva sindical socialista de UGT en Asturias. Estudio delas fuentes orales1.Manuela Aroca Mohedano

Fundación Francisco Largo Caballero
Resumen: Entre 1957 y 1962 se desarrollaron en Asturias tres grandes huelgas que ensayaron nuevos modos de protesta laboral y política, con importantes consecuencias represivas, entre otras, nuevos casos de exilio. Sin embargo, la estrategia global de actuación contra el régimen sufrió en ellas definitivas modificaciones: comunistas y católicos iniciaron nuevas vías de oposición centradas en la penetración en los aparatos sindicales verticales, mientras que los socialistas se apartaron de las nuevas fórmulas, en aras de la pureza del ideario socialista. Este artículo analiza la participación de los socialistas en las huelgas y sus resultados.

Este artículo incorpora como fuente fundamental la investigación con los testimonios orales recogidos por la Fundación Francisco Largo Caballero (FFLC) en el Archivo oral del sindicalismo socialista, que recoge los testimonios de sindicalistas socialistas durante los períodos históricos de la República, Guerra Civil, Franquismo y Transición y se encuentra a disposición de los investigadores en la sede de la Fundación en Madrid.
Entre los años 1957 y 1962 se produjeron en Asturias tres oleadas de huelgas que marcaron el momento cumbre de la participación socialista en las protestas sindicales de la clandestinidad. Durante ese período, nuevas generaciones de mineros y veteranos socialistas que venían forjando el movimiento de resistencia sindical y política protagonizaron un desafío al régimen franquista de importantes consecuencias. Era la primera vez después de la guerra que se producía en Asturias una apuesta decidida en el terreno huelguístico, y sus resultados condicionaron la adopción de una nueva estrategia global sindical, alejada de las fórmulas clásicas de actuación de la UGT. Después de 1962, los socialistas, recelosos de los nuevos modos de intervención sindical que estaban protagonizando los comunistas con la generalización de las comisiones obreras y las tácticas “entristas” en el Sindicato Vertical, pasaron a ocupar un plano secundario dentro de las movilizaciones obreras, en aras de la defensa de la pureza del ideario socialista. Pero durante esos cinco años, plantearon una respuesta encarnizada a las nefastas condiciones laborales que padecían, incorporando en ella una cierta combatividad política que incomodaría profundamente al régimen de Franco. La respuesta represiva no se hizo esperar, provocando la salida al exilio de algunos ugetistas que no tardaron en jugar un importante papel en la politización de los emigrantes económicos que llegaban a los países de la Europa occidental en busca de mejores condiciones de vida. En consecuencia, nos encontramos ante cinco años de lucha sindical socialista en Asturias que condicionaron el desarrollo de su estrategia posterior en la que la UGT se sumió en una etapa de baja combatividad, rechazando la
nueva vía de penetración en las estructuras legales del régimen y la asunción de riesgos excesivos en las protestas. Pero durante esos cinco años, Asturias vivió un momento álgido en la lucha obrera, en el que el peso del sindicalismo histórico fue fundamental. Las bases organizativas ante el inicio de la conflictividad El estallido de la huelga de 1957 en la minería asturiana fue un movimiento espontáneo para cuyo desarrollo no existía una infraestructura suficiente. La ejecutiva socialista asturiana, que reunía la representatividad del SOMA (Sindicato Obrero Minero Asturiano, de UGT) y del PSOE, hacía tiempo que sólo podía considerarse una ejecutiva de resistencia que trataba de mantener vivo el espíritu socialista en Asturias.
Desde 1952, existían indicios de una extensión significativa de la organización socialista, con centro en las cuencas mineras. En el contenido de la organización primaba esencialmente su carácter sindical y el recuerdo histórico del potencial que había acumulado el SOMA. Los miembros de la ejecutiva habían vivido en su gran mayoría la Guerra Civil y habían tenido que soportar las durísimas condiciones de la represión de posguerra. Muchos habían sufrido penas de cárcel y habían disminuido sus condenas en los centros de redención por trabajo que se establecieron en los pozos mineros. El Fondón y otras colonias de presos habían sido claves en la reconstrucción de la organización socialista. Vicente Fernández Iglesias, un líder histórico que
había luchado en el bando republicano, dirigía una ejecutiva en la que intervenían otros miembros como Genaro Fernández, Fernando Cabal, Emilio Llaneza, Amalio Álvarez, Manuel Peláez, Julio Castaño y Pepe Llagos.
A la altura de 1957, la dirección de la organización sostenía una táctica esencialmente defensiva. La necesidad de mantener la solidaridad con los compañeros detenidos o represaliados y sus familias era el único motor de su actuación


Además, en 1954 se había producido un interesante debate sobre la estrategia sindical socialista en el seno del Congreso de la Federación Nacional Minera, compuesto fundamentalmente por los ugetistas asturianos.
Las tácticas de “entrismo” comenzaron a ser consideradas en el seno de la organización socialista y aunque fueron sistemáticamente desaconsejadas por las direcciones regionales –especialmente en las zonas, como Asturias, más organizadas-, hubo una participación real de trabajadores socialistas tanto en las incipientes comisiones reivindicativas como en el seno del Sindicato Vertical. En abril de 1956 se había celebrado un pleno del SOMA en el que se endurecieron las posiciones contrarias a la infiltración4. No obstante, y a pesar de que la estrategia oficial mantenida por la cúpula de la organización en el exilio era de profundo rechazo hacia la penetración en la Organización Sindical, hubo socialistas, sobre todo miembros de reciente incorporación, que tenían visiones distintas y plantaron cara a la consigna restrictiva para la participación en las elecciones sindicales. Marcelo García Suárez, trabajador en la mina de
La Camocha en Gijón, lo explica así: “Yo me afilié en 1957 al Sindicato Minero y al PSOE. […] Cuando fueron las elecciones, me presenté. Me dijeron en el Sindicato Minero que no eran partidarios, pero yo no hice caso. Mis compañeros querían que me presentara y me presenté. Nadie me autorizó. Lo hice por mi cuenta. ”La mayoría de los socialistas siguieron en la práctica la consigna oficial, algunos con serias dudas de su validez, como Avelino Pérez, que considera que fue un error de estrategia que, a la larga, costó esfuerzos extraordinarios a la organización sindical, mientras que para muchos la preservación de la ideología y el rechazo de cualquier tipo de colaboracionismo permitió a la organización socialista recuperar, durante la Transición, la bandera de una legitimidad histórica
“Los socialistas teníamos como ugetistas una consigna de no entrar dentro del Sindicato Vertical porque entendíamos que eso podía derechizar la UGT. Años después llegamos a pensar que habíamos cometido un error porque si hubiéramos estado infiltrados en el Sindicato Vertical habríamos aprendido: cuando se permitieron los sindicatos, los que habían estado ya conocían la casa sindical de Oviedo, ya conocían el funcionamiento, y nosotros no conocíamos nada.”


Indudablemente, los socialistas participaron en la incipiente formación de comisiones obreras que surgieron en los centros de trabajo para resolver problemas puntuales y que, poco a poco, adquirieron una fuerza importante como elemento de negociación en cualquier conflicto laboral. Pero a la altura de 1957, la evolución de esos grupos había sido mínima. “En cada pozo minero había un enlace sindical. Pero no resolvía nada. Si había que reclamar el agua caliente, o que funcionara bien la casa de aseo, o cualquier otra cosa, había que formar una comisión. Yo me apunté a alguna. La comisión designaba a cuatro o cinco para hablar con la jefatura y plantear el problema. Discutiendo un poco y haciendo algo de fuerza, siempre se conseguía algo: que arreglasen el agua caliente, que pusieran cristales en la casa de aseo, que vigilasen las perchas en las que guardábamos la ropa, y cosas del interior, alguna reivindicación salarial –aunque esas eran mucho más difíciles.
Esa comisión se autodisolvía cuando se solucionaba el problema ”En los tiempos que precedieron a los movimientos huelguísticos de finales de los cincuenta, la estrategia general dictada por la organización socialista había impedido que en los centros de trabajo asturianos, y
especialmente en las minas, los ugetistas tuvieran en la lucha sindical real, al
margen de las acciones para la pervivencia y la solidaridad, el rodaje necesario para plantear planificadamente una reivindicación sindical potente.
Y sin embargo, las durísimas –casi insoportables- condiciones de trabajo en las minas pusieron sobre la mesa un conflicto que inauguró el tiempo de la conflictividad. Durante las décadas de la autarquía el intervencionismo estatal había regulado las relaciones laborales de los mineros con la intención de generar un aumento de la producción de carbón en España, imprescindible para el mantenimiento de la posición autárquica. Pero el régimen no contemplaba la fuerte presión que sobre las condiciones laborales ejercían las problemáticas derivadas de los accidentes en la mina y la silicosis. “Me acuerdo en una ocasión, sería en el 52, que me dicen que abajo estaba lleno degrisú. (…) Yo le dije al capataz jefe: “Si para mañana no está en condiciones, yo por lo
menos salgo para fuera”. Me dijeron que al día siguiente estaría solucionado. Yo subí y avisé a los 22 picadores que éramos, 11 en cada rampla. Dije: “Abajo está lleno de grisú, hace cuatro días hubo una hecatombe en la que murieron diecisiete y a mí, conscientemente, no me matan”. Me preguntaron cómo íbamos a hacerlo. Yo les dije que yo iba a salir, que si querían venir que vinieran. Fueron saliendo de uno en uno.”


Muchas de las protestas espontáneas que surgían en los centros mineros tenían su origen, como en este caso, en el miedo ante los accidentes de trabajo. En muchas ocasiones, los entierros de los compañeros se convertían en ocasiones propicias para la rebelión, rápidamente reprimida por la Guardia Civil que vigilaba de cerca las ceremonias en las que se daba sepultura a los fallecidos en accidentes laborales.
“Siempre hubo rebelión. Era incontenible. El paro de la explotación era inevitable cada vez que había un muerto. La Guardia Civil atemorizaba pero la gente, con la cabeza gacha, paraba. Para los mineros era muy serio cuando se mataba un compañero. La moral bajaba a los “calcaños” y la gente no trabajaba. Si alguno era obligado a trabajar –“Que paren donde está el muerto-” los demás no trabajaban aunque entraran. Y estoy hablando de los años 50”. Y aunque los mineros eran, en las categorías más especializadas, obreros razonablemente bien remunerados como estímulo para satisfacer las estrategias productivas del régimen, en 1957 el precio del trabajo a destajo había quedado estancado. Un poso de malestares acumulados, aguijoneado por el aumento de la presión por parte de las empresas mineras, con el apoyo decidido del régimen, empeñado en aumentar a toda costa la producción de carbón, fueron las causas que desencadenaron la protesta de 1957. Pero, como hemos visto, las bases organizativas del sindicalismo histórico eran, a la altura del último tercio de la década de los cincuenta, prácticamente inoperantes para plantar cara al aparato represivo estructurado que controlaba el franquismo, mientras que los nuevos modelos sindicales y reivindicativos que se estaban gestando aún no tenían la suficiente fuerza para tomar el relevo.
La primera gran huelga: 1957
De lo expuesto anteriormente, podemos inferir que los estallidos reivindicativos que surgieron en las minas asturianas durante 1957 fueron completamente espontáneos.
En noviembre de 1956 se había establecido una nueva reglamentación salarial que perjudicaba seriamente a los trabajadores de la minería, mediante la cual se eliminaban una primas de asistencia al trabajo que venían suponiendo una media de 15,50 pesetas diarias a cada trabajador, a la vez que se incrementaban en un dos por ciento los descuentos por cargas sociales. En esas condiciones, el aumento de los salarios sólo hubiera tenido efecto con un incremento del 47%, cifra muy superior a la que realmente se aplicó11. El malestar acumulado por los trabajadores se reflejó en la recepción de los salarios a principios de año, en los que, de hecho, se había producido una bajada real de salarios. A esta serie de circunstancias, se unía la insatisfacción de los trabajadores por la bajada del precio del trabajo a destajo. Como consecuencia, a lo largo del mes de febrero algunos centros mineros comenzaron a trabajar a bajo rendimiento, perjudicando gravemente los intereses en la producción de carbón de las empresas. Los pozos que habían disminuido su rendimiento consiguieron acuerdos puntuales, pero en el Pozo María Luisa la situación discurrió por otras vías. “Nos pusimos a bajo rendimiento. De un día para otro bajó un 50% la producción de carbón. (…) Vino el capataz y dijo: ‘Quiero saber lo que pasa aquí. Yo vine aquí en el 24-25 y hubo huelgas, hubo revolución, la guerra. Pero nunca pasó lo que pasa ahora. De un día para otro bajó la producción’. Y contesté yo. ‘Aquí no ocurre nada más que no tiene precio el testero, para trabajar a destajo’. (…) Empezamos a bajar el rendimiento en otras ramplas. Pero no sé que pasó en una rampla que cogieron a dieciséis o diecisiete y los llevaron a Oviedo presos. (…) Entonces decidimos quedarnos allá encerrados”.
El 18 de marzo de 1957, ante las acciones reivindicativas basadas en la baja productividad, las autoridades decretaron la militarización del pozo. Los mineros quedaban encuadrados dentro del Código Militar y la explanada y accesos al pozo fueron literalmente tomados por la Guardia Civil. Sin embargo, los mineros continuaron la disminución de la producción y, como consecuencia, se produjo la detención de más de una docena de trabajadores. Esta circunstancia motivó la decisión de los trabajadores del Pozo María Luisa de permanecer encerrados en la mina.


El encierro era una de las pocas armas en poder de los mineros. Desde el día 21 de marzo, los trabajadores de los turnos de mañana –la dirección de la empresa no dejó incorporarse a su trabajo a los turnos de tardeprotagonizaron un encierro sin ninguna preparación. Sin víveres ni agua, en unas condiciones insostenibles, más de cuatrocientos trabajadores permanecieron encerrados en el interior de la mina. La protesta se extendió rápidamente por toda la comarca.
Durante la mañana del día 23 de marzo, mujeres y niños comenzaron a llegar a la explanada de la mina, mientras otro grupo de mujeres, directamente apoyadas por los llamados “curas obreros”, cortaron la carretera general que va desde Oviedo a Campo de Caso.
“Cortaron la carretera. Los de la Iglesia son muy inteligentes. Entre la gente que había por allí, un cura sacó a los guajes de la escuela. Se llamaba Mario. Los cogimos de sorpresa. Al otro día entraron a negociar con nosotros”.
Era la primera vez que las formaciones clandestinas recibían un apoyo manifiesto de las organizaciones católicas. En el nuevo clima de resistencia que estaba surgiendo, la HOAC (Hermandad de Obreros de Acción Católica) y la JOC (Juventud de Obreros Católicos) comenzaban a coincidir en algunos criterios y la huelga de 1957 en Asturias fue uno de los primeros momentos en que se percibió una cierta confluencia.
Presionada por las circunstancias, la patronal de la mina inició las negociaciones con los trabajadores que llevaban dos días encerrados, accediendo a sus reivindicaciones salariales y a la liberación de todos los detenidos. Los trabajadores reanudaron sus tareas el 25 de marzo, pero ese mismo día conocieron la detención del delegado del grupo, Marino Suárez, junto a otros compañeros. Nuevamente se procedió a la militarización de la mina y a su ocupación por fuerzas de la Guardia Civil. Los trabajadores de los turnos de mañana comenzaron un nuevo encierro, en unas condiciones lamentables por la falta de preparación.
“Era penoso. Era duro. No me daba sed, ni hambre ni sueño porque yo estaba pensando en lo que podía pasar. Estuvo un teniente coronel del ejército. Nos militarizaron. Había una cuadra en la mina a la que llevaban a las mulas. Metían cebada y la paja y ahí comían. El primer día, hacia las 12 de la noche dije que nos fuéramos a la cuadra. Había que meterse en los puntos donde más calor hacía. Había que dormir porque si no, la cabeza no pensaba más que en comer. Cuando vi a aquellos hombres quitar el casco de la cebada y comer el grano pregunté si ya era para tanto. Me contestaron que sí y que si era necesario, mataban a la mula. Yo dije que eso ya no podía continuar. Que no tocaran a la mula, ni la, agredieran. Les dije que no sabían el peligro en el que estábamos metidos y que eso era lo que estaba buscando ellos. Estaban buscando un sabotaje. Estuvimos sesenta y tantas horas”.
A partir de ese momento, se produjo una corriente de solidaridad con los encerrados que se extendió por toda la cuenca del Nalón, afectando a las minas vecinas de El Fondón, Mosquitera, Villar y el Pozo Sotón, en San Martín del Rey Aurelio. Rápidamente se expandió hacia las comarcas vecinas, en Carbones Asturianos y Carbones la Nueva, La Sota y Barredos, en Laviana y La Camocha en Gijón, afectando a unos 4000 mineros18. Nuevos cortes de carreteras, apoyos familiares y de las organizaciones eclesiásticas obreras alimentaron la mecha de una rebelión que se extendía por otros centros mineros.
En el Pozo Fondón, donde aún trabajaban presos en la redención de sus penas, Ángel José Barrero Ardines era picador y recuerda los acontecimientos: “Surgían líderes espontáneos, no había una organización. A mí también me siguieron en un par de ocasiones. Cuando salías de la jaula estaba la explanada de máquinas, y allí nos reuníamos hasta que llegara la Guardia Civil, [que nos dispersaba] a base de culatazos y palos, pero todo era espontáneo, o sea, no había nada organizado. (…) Nosotros estuvimos doce días [de huelga] en el Pozo Fondón”. El agotamiento físico de los mineros que no tenían comida ni bebida imposibilitó la continuación de la huelga. En el pozo María Luisa se instaló un juzgado militar para instruir las responsabilidades. Indudablemente, los trabajadores más destacados fueron duramente castigados. Algunos, como
consecuencia del proceso de militarización debieron cumplir el servicio militar, mientras que otros sufrieron penas de cárcel de las que, en realidad, fueron pronto liberados. Pero todos los despedidos volvieron a formar parte de las plantillas, aunque la empresa hizo pública la dureza de la respuesta si se reproducían los incidentes.
En ese primer intento habían encajado varios de los factores de movilización que, a pesar de la desorganización y de la escasa participación del SOMA y de las estructuras de la clandestinidad socialista, habían permitido que los trabajadores y el régimen advirtieran la fuerza de un movimiento huelguístico dentro de la minería. Unos meses más tarde, en agosto de ese mismo año, se producía un nuevo movimiento reivindicativo en las grandes empresas de la margen izquierda del Nervión, con centro en La Naval. Como en el caso asturiano, un estallido espontáneo reivindicaba mejoras laborales y, esencialmente, salariales. Era un movimiento de escaso alcance, pero, a diferencia del caso asturiano, la UGT de Euskadi tuvo ocasión de efectuar un planteamiento de la situación y de elaborar una pequeña estrategia. Las huelgas en Asturias habían ofrecido una pauta. La espontaneidad de las huelgas y encierros no permitió que la dirección de las organizaciones políticas, ni el PSOE ni el PCE, asumieran un cierto control sobre la situación. La ejecutiva en Toulouse conoció la situación en una fase muy avanzada y las
intervenciones apenas superaron la solidaridad con los detenidos y los despedidos y el intento de hacer patente ante la opinión internacional el atropello sufrido por los mineros asturianos. José Mata y Teodoro Goméz, delegados en el Congreso de la Federación internacional de Mineros,“(…) Si bien no se llegó a desencadenar la paralización general, se ha podido demostrar al régimen actual que los mineros asturianos continúan conservando el espíritu de lucha sembrado por nuestro Sindicato Minero”, doc. 21, Informe sobre la huelga de los pozos de la mina María Luisa. celebrado en Londres en 1957, presentaron en la capital británica un detallado
informe sobre la génesis y el desarrollo de la huelga en la mina María Luisa y su extensión.
Sin embargo, el movimiento huelguístico había abierto una brecha en la forma de actuar y en las manifestaciones de resistencia, y comunistas y socialistas intentaban conseguir un nuevo clima de entendimiento que tuvo sus primeros ensayos en los encierros de 1957, con la creación de las primeras comisiones de trabajadores que gestionaban la negociación con los órganos de la empresa, al margen del Sindicato Vertical.
“Las comisiones de trabajadores nacieron en los primeros encierros que tuvimos en María Luisa, en la cuenca, durante los años 57 y 58. Ahí teníamos el apoyo de los curas obreros, de las Hermandades Obreras Católicas y de las Juventudes Obreras Católicas. Estaban de acuerdo con nosotros. ¿Por qué aquellas comisiones de trabajadores? Porque la representación del Sindicato Vertical, cada vez que había un conflicto o un encierro, era automáticamente rechazada.
No valía para nada. Cuando iba una comisión de trabajadores designada, daba más resultado el diálogo directo con las comisiones de los trabajadores. Los verdaderos promotores fueron la HOAC y la JOC. Creyeron copiar algo del sindicalismo belga y francés. En las federaciones francesas y belgas existía también el mismo origen, pero la Iglesia francesa y belga no era la española y los curas franceses y belgas no eran los españoles. Y se les fue de las manos”.
Con menor repercusión, se produjeron otros movimientos huelguísticos en las minas asturianas durante el resto del año. En la Camocha, en Gijón –una de las minas con más actividad reivindicativa- se produciría una protesta puntual en la que, nuevamente, funcionarían las fórmulas de las comisiones negociadoras:
“En 1957 habíamos hecho una huelga que duró tres días. Las viviendas eran propiedad de la empresa. No había vivienda protegidas por el Estado y las empresas hicieron viviendas.
La Camocha tenía su barrio de viviendas. La condición era que si dejabas de trabajar o caías enfermo, tenías que irte de la vivienda. A los que estaban de larga enfermedad los echaban. Montamos un lío. Éramos del jurado de empresa y no queríamos que despachasen a nadie.”24. En noviembre de 1957 se efectuó la segunda convocatoria electoral de jurados de empresa. Socialistas y comunistas mantuvieron una reunión previa en un bar de Sama de Langreo, en la que la UGT dejó clara su intención de no participar, mientras que el PCE comenzaba a afirmar su interés por aprovechar los cargos sindicales para efectuar una lucha más efectiva. No hubo acuerdo, y mientras el SOMA recomendaba votar por la mula Francis, por Di Stéfano o por Kubala, el PCE colocaba a muchos de sus militantes en la estructura del sindicalismo oficial. Pero en las minas asturianas la realidad iba más allá de las consignas y una intensa campaña de la Organización Sindical, unida a la voluntad del PCE de utilizar el resorte sindical para conseguir mejoras laborales y avances políticos, propiciaron un aumento significativo de la participación que, en algunos lugares, como Bimenes, llegó a un 67,3%26. No poseemos datos estadísticos suficientes para señalar hasta qué punto los asturianos siguieron las directrices emanadas por Toulouse y la ejecutiva provincial, pero parece probado que un buen número de afiliados socialistas ???? participaron de algún modo en la consulta electoral, como lo demuestran el aumento de las cifras de participación en casi todo los centros.
La Camocha, en Gijón, se convirtió en uno de los centros donde socialistas y comunistas colaboraban más estrechamente. La presentación de Marcelo García Suárez, hijo del histórico dirigente, Alfredo García, como miembro del Jurado de Empresa es un ejemplo de esta tendencia posibilista.
Continúa la protesta: las huelgas de 1958.
El ambiente de movilización continuó extendiéndose por la cuenca minera del Nalón. A finales de 1957, una serie de movilizaciones en varios de los pozos más importantes consiguieron que la limitación legal de horas de trabajo máximo al día, ya existente, fuera respetada. Para ello, más de tres mil trabajadores realizaron una huelga que consiguió sus objetivos: limitar el tiempo de trabajo real a siete horas en el interior de la mina. Pero ese logro no compensaba el descenso salarial en la minería. Los destajos continuaban bajando su remuneración real en un clima abiertamente reivindicativo en el que las medidas represoras tomadas tras la huelga de 1957 no habían surtido el efecto perseguido. Táctica e ideológicamente, el período comprendido entre las dos primeras oleadas de huelgas, en 1957 y 1958, fue un momento importante. La espontaneidad de las protestas obreras no anulaba el planteamiento global que cada organización política mantenía al respecto. A la altura de enero de 1958, comunistas y socialistas, que habían alimentado la lucha común durante los encierros precedentes, manifestaban tácticas diferentes: mientras los comunistas sostenían posturas mucho más agresivas, los socialistas apostaban por no forzar la resistencia de sus afiliados y por evitar al máximo los riesgos y las caídas en cadena. Francisco Roces asistió y protagonizó el comienzo de la huelga, en enero de 1958, en el pozo María Luisa, nuevamente caracterizado por una bajada de la productividad. Pero en esta ocasión las organizaciones habían emitido algunas consignas: “También estuve en el comienzo de la huelga de 1958. Cuando volví al Pozo María Luisa tenía contactos con los comunistas. (…) Había uno que estaba con nosotros en el Partido Socialista y después pasó con los comunistas en la clandestinidad, se llamaba Herminio Serrano. (…) Pensé que había algo secreto. (…) Él me dijo: ‘Mira, Pachín. Vinieron dos del comité central del Partido Comunista de Madrid, a enterarse de quién hizo la huelga’. Les dijeron que todos que la hicimos todos, el PCE, los socialistas. Les dijeron en Madrid que para la próxima tenían que ser ellos los protagonistas”. La baja productividad en María Luisa fue contestada por las autoridades con el cierre del pozo, pero la réplica no tardó en extenderse por toda la cuenca minera, afectando a más centros mineros que la protesta del año anterior. En marzo de 1958, más de diez mil mineros se encontraban en huelga en la cuenca del Nalón y en la mina de La Camocha en Gijón28, sosteniendo encierros y paradas productivas de duración variable. En el desarrollo del conflicto, socialistas y comunistas volvieron nuevamente a hacer patentes sus importantes diferencias tácticas. En Carbones La Nueva, Avelino Pérez se convertía en uno de los líderes ugetistas que, en los meses posteriores, tomaría un protagonismo sustancial en la ejecutiva socialista asturiana.
“La huelga del 58 comenzó en María Luisa y se extendió a La Nueva. Yo no fui partidario del encierro indefinido, pero los comunistas estaban a favor. Yo les dije: ‘Si no trajimos ni un bocadillo para comer aquí, ¿cuánto tiempo vamos a estar?’. Se nos escaparon doscientos y pico en toda la noche por un pozo auxiliar. Escapó uno con una pata de palo que era mutilado de la guerra. No sé cómo bajó 150 metros. Fue algo terrorífico, inexplicable. Salían por un pozo auxiliar y se nos escapaban un montón. El ascensor del pozo iba muy lentamente y se hizo una barrera para que no saltasen, pero saltaban igual. Hubo que tirar la toalla. Yo salí de los últimos. (…) Los comunistas querían seguir adelante, pero ni estábamos preparados, ni teníamos medios, ni podíamos. (…) Si una persona está viviendo al día económicamente y no tiene reservas de subsistencia, tú no la puedes sacrificar. Habrá que esperar ocasiones mejores e ir minando, minando, pero sin reventar a la gente. Lo peor que hay en una situación de ésas es llevar a la gente al máximo hasta agotarla, porque entonces salen frustrados. (…) El líder tiene que dar la cara y cuando ve que no puede más, tiene que aplazar la lucha. Lo que no puede es sacrificar estérilmente a la gente”. Marcelo García Suárez también ha relatado las diferencias de comportamiento táctico entre comunistas y socialistas que se dieron en el desarrollo de la huelga en la mina de La Camocha en Gijón: “Los socialistas, por contraseñas, sin hablar, montamos la huelga. Al lado de donde yo tenía la percha había un militante comunista, Espina, que era muy activo y recibía consigna del PCE. Estaba temblando. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que le había encargado el partido que echase un mitin en la mina. Yo le dije que no hablara. ‘Esto va solo. No hace falta que hable nadie. Tú te pones aquí, al lado de la percha, con los brazos cruzados, y yo al lado tuyo y la gente mira para nosotros y no se viste nadie’.
Así lo hicimos y no entró nadie. Cuando estaba la huelga en marcha, otro comunista, Pepín el de Laviana, levantó la voz, echó un mitin de la hostia. Empezó a hablar mal sobre el ingeniero, que era un católico, beato… Hizo un mitin político inútil. A Pepín lo llevaron al cuartel y allí lo abrasaron a palos”.
Las estructuras de la UGT en el exilio trataron, desde el principio, de canalizar el sentimiento antifranquista internacional, demandando el apoyo de las organizaciones sindicales hermanas y de la CIOSL (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres), quien protagonizó una de las respuestas más airadas, con la aprobación por su Subcomité, en una reunión celebrada entre el 17 al 29 de marzo de 1958 en Bruselas, de la concreción de una serie de protestas internacionales a propósito de la represión ejercida con los huelguistas. Un comunicado difundido en toda la prensa sindical internacional31, un telegrama dirigido a Franco y una protesta oficial ante la OIT y la ONU, reclamando el inmediato restablecimiento de los derechos civiles, la liberación de los detenidos y el retorno de los deportados, concretaron ese plan de protestas. Sofocados los puntos de rebelión, el régimen consiguió restablecer, con algunas cesiones puntuales, los ritmos productivos en la minería asturiana. Pero, al mismo tiempo inició un plan represivo de gran alcance, con centenares de detenidos y decenas de deportados. La dirección de la UGT en el exilio comenzó un peregrinaje para conseguir el compromiso de las organizaciones internacionales. Pascual Tomás reclamó el apoyo del que había sido presidente del Consejo de Ministros y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el socialista Paul Ramadier, quien en ese momento ocupaba el cargo de presidente del Consejo de Administración de ese organismo, así como el de la Internacional de Mineros y el de la CIOSL con el fin de que las centrales nacionales que integraban la Internacional actuaran a favor de los mineros condenados por delitos de huelga. La organización socialista recomendó, en los casos más extremos, la salida al exilio. Los testimonios de los duros momentos que vivió la clandestinidad tras las oleadas de huelgas de 1957 y 1958 se multiplican entre los militantes socialistas. Marcelo García Suárez fue detenido en Gijón por su participación en el conflicto, a pesar de su condición de enlace sindical: “Los Campos era el sitio donde estaba el cuartel de la Guardia Civil. Me metieron allí. Había siete u ocho de los que habían estado en el comando conmigo. Había uno que era gallego. Le habían dado una paliza y estaba sin conocimiento. Habría otro, Pepe el Punteado, que cantaba. Yo le decía que viera al gallego, al Dientinos, que estaban matándole a palos y no decía nada y él estaba cantando.
Al día siguiente me subieron y me dijeron que tenían un papel en el que Pepe me había acusado de tener una reunión con uno que llamábamos el paisano Iguanzo, que era un comunista muy amigo de un tío mío que también era comunista. En aquel papel decía que la reunión fue en un bar de Gijón y que Iguanzo me había encargado agitar La Camocha. Yo tenía que firmar ese papel. Yo me negué a firmar y me dieron una paliza terrible. Me mandaron casi sin conocimiento a la cuadra de los caballos. A los otros los mandaron a la prisión del Coto y allí el juez los puso en libertad. A mí me tuvieron quince días secuestrado. Me pusieron en libertad pero cuando llegué a La Camocha me dijeron que estaba despedido. Estuve seis meses despedido. Después me admitieron otra vez. Ésta fue la huelga de 1958”.
Las torturas se intensificaron en aquellos meses. Indudablemente, los militantes comunistas sufrieron unas condiciones represivas aún más duras. Para muchos socialistas, era una empresa de vida o muerte conseguir no ser catalogados como simpatizantes del PCE, lo que podía significar un endurecimiento de los castigos y las penas. No obstante, los socialistas sufrieron una importante oleada de detenciones, entre ellas la que consiguió nuevamente desbaratar a la última ejecutiva con raíces en la clandestinidad de la primera posguerra y en la militancia de la Guerra Civil. El primero en caer fue Rufino Montes, uno de los primeros militantes socialistas que tuvo que marchar al exilio en la nueva corriente de destierros que se produce durante el período 1958-1962: “A Rufino Montes fueron a detenerlo en 1958, no recuerdo muy bien cuándo, pero debía de ser febrero. Se escapó. (…) En aquel jaleo que había cuando estaban registrando la casa, Rufino preguntó si podía ir al baño a un guardia. (…) Entró al baño que tenía una ventana que daba a un prado y saltó. Rufino estuvo escondido hasta que –creo que debió de ser en junio- lo pasaron a Francia y luego a México. (…) Se marchó a principios de verano y en noviembre de 1958 se hizo la gran redada”. Las redadas que siguieron a las huelgas de 1958 afectaron a todos los pozos mineros. En El Fondón, donde la tradición socialista había jugado un papel primordial, fueron detenidos ocho militantes socialistas sorprendidos en posesión del Boletín de la UGT. Entre ellos se encontraba Ángel José Barrero Ardines, que en la Transición sería el secretario general de UGT en Baleares y destacado miembro del PSOE, quien relata así su experiencia: “Estuvimos dos días, 48 horas [en el cuartel de la Guardia Civil de Sama de Langreo] Al final nos hicieron firmar la declaración. Firmamos lo que ellos quisieron y luego nos llevaron a Oviedo para la Cárcel Modelo y a los tres meses nos juzgaron. A mí, en principio, [teniendo en cuenta las condenas de mis compañeros] me salían once años. Mi padre movió Roma con Santiago. Salí en libertad provisional [pendiente de juicio]. Entonces fue cuando cogí la frontera y me fui a Francia”. En noviembre, una redada, de ámbito nacional, dejó a la organización socialista en Asturias en el más absoluto vacío de poder. Antonio Amat fue el primer detenido en Madrid. Hubo detenciones en Sevilla, Córdoba y Barcelona. En Asturias cayó la práctica totalidad de los dirigentes clandestinos: Genaro Fernández, Fernando Cabal, Emilio Llaneza, Amalio Álvarez, Manuel Peláez, Julio Castaño, Pepe Llagos y Vicente Fernández Iglesias entre otros. De la redada sólo escapó uno de los hombres recientemente comprometidos, Herminio Álvarez, que consiguió fraguar un relevo forzado por las circunstancias.
Completados los interrogatorios por el entonces célebre comisario de policía Claudio Ramos, a quien los integrantes de la clandestinidad recuerdan como uno de los más sádicos entrevistadores, los detenidos fueron conducidos a la cárcel de Oviedo y posteriormente a Carabanchel donde compartieron prisión con otros compañeros socialistas que habían caído en la misma redada. Vicente Fernández Iglesias, el dirigente que había liderado carismáticamente la
organización durante años, iba a entrar en un período de alejamiento de la dirección política y sindical. Tras los nueve meses que permaneció en la cárcel, fue nuevamente detenido y, finalmente, estando en libertad, sufrió un infarto que fue la causa de su fallecimiento en 1960. Desde su encarcelamiento en 1958, la Organización había perdido uno de los grandes líderes ideológicos y éticos..
La caída de la ejecutiva en 1958 determinó un forzado relevo de poder que, aunque no podemos considerar estrictamente generacional, suponía una ruptura con los modelos organizativos y tácticos heredados de la Guerra Civil y la primera posguerra. Herminio Álvarez, un minero incapacitado por accidente laboral, con edad suficiente como para haber vivido la Guerra Civil e incluso la Revolución de 1934, tomaba el relevo en una nueva ejecutiva de auténtica transformación en la que en breve se incorporarían hombres como Prudencio Madalena y el jovencísimo Avelino Pérez Fernández. Herminio Álvarez asumió la secretaría general y de organización, mientras que Prudencio Madalena se encargó de la “permanencia” y, unos meses más tarde, Avelino Pérez, se hacía cargo de la tesorería. La tarea fundamental del nuevo secretario general, Herminio Álvarez, consistió esencialmente en extender la Organización socialista, en “hacer partido y sindicato”. Una concienzuda labor de conexión con zonas tradicionalmente no implicadas en la clandestinidad, el establecimiento de una serie de contactos originarios para la creación de una intensa red sindical y política fueron las prioridades de su proyecto.
“Se abrieron las alas, por así decirlo. Por ejemplo, había ciertos contactos con Laviana, con Barredos, pero se intensificaron, se hizo organización. En Mieres no había contactos de ninguna clase. Se recogía información, la recogía Pepe Llagos que era el encargado. Pero yo conocí a un hombre que era de Sama que me había dicho que era socialista y a través de ése empezamos a abrir otros contactos con Mieres y a hacer organización. (…)
Yo estaba empeñado en tratar de abrir el Partido, hacerlo mayor, más fuerte. Mi ambición era ésa”.
La permanencia consistía en el cargo de interlocución con la CIOSL (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres) a la que pertenecía la UGT. Hombres muy jóvenes como Eduardo Biesca, Emilio Barbón, Arcadio García Suárez, Marcelo García Suárez, Francisco Roces y José Luis Fernández Roces asumieron tareas dentro de la organización clandestina. Al
relevo generacional dentro del socialismo se sumó la coincidencia estratégica con una serie de organizaciones no vinculadas entre sí: el representante latinoamericano de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL), Horne, había efectuado una visita a España con la intención de apuntar algunas correcciones en la estructura sindical socialista; las organizaciones católicas (HOAC-JOC) sumaban su apoyo para la transformación de las estructuras del franquismo; los comunistas entraban con fuerza en los organismos sindicales oficiales y comenzaban a apoderarse de un instrumento que, a la larga, resultaría extremadamente valioso: las comisiones obreras; e intelectuales y estudiantes habían planteado su primerpulso al franquismo. En suma, se caminaba decididamente hacia las consignas de la Reconciliación Nacional entre todos los integrantes de una generación en la clandestinidad que no había vivido la Guerra Civil. Con los nuevos aires, se produjo un aumento de la ambigüedad en las relaciones con Toulouse que, a pesar de continuar siendo la “reserva espiritual” del socialismo, tenía escaso conocimiento de las necesidades de la clandestinidad. Las principales divergencias surgían en torno a la necesidad que planteaban los militantes del interior de colaborar con los comunistas. Los nuevos responsables trataron de extender las relaciones con otras zonas de España, y ampliaron la ya clásica relación con los socialistas del País Vasco.
La nueva ejecutiva coordinaba cursos de acción sindical que se impartían en Francia, extremando los contactos con el exterior. La renovación en profundidad de los hábitos y las estructuras de la clandestinidad revirtió en el nacimiento de un nuevo escenario político.
“Iniciamos la estrategia de la clandestinidad con un estilo que nada tenía que ver con la Guerra Civil. Era un estilo de conciliación o de reconciliación entre todos y de reivindicación, sobre todo social y sindical: libertad sindical, libertad de expresión, sindicación libre. Eran nuestros lemas. Empezamos a actuar coincidiendo curiosamente con una reacción de la Iglesia católica en el mismo sentido: la HOAC y la JOC. Todo esto fue confluyendo y configurando un espíritu de resistencia en la clase trabajadora y estudiantil y del profesorado que, no hay que olvidarlo, se convirtió en un nuevo clima de resistencia a la dictadura. Los comunistas iban en el mismo sentido, pero procurando la infiltración en los organismos y en las instituciones del Estado, sobre todo en el Sindicato Vertical. Ahí se hicieron fuertes. (…) Hubo muchas divergencias con Toulouse por la colaboración con los comunistas. (…) Nosotros no estábamos en absoluto de acuerdo con Toulouse en eso. Si nos decían que no debíamos colaborar donde estuvieran los comunistas, nosotros pensábamos: ’Si no estamos donde están ellos, nosotros nos tenemos que marchar de casa’”. Y sin embargo, a pesar del tremendo esfuerzo organizativo y político que la organización socialista llevó a cabo en Asturias en los últimos años de la década de los cincuenta, una redada llevó nuevamente a prisión a los máximos dirigentes. Herminio Álvarez, Prudencio Madalena y Avelino Pérez cayeron en una operación policial de extensión prácticamente nacional en la que fueron encarcelados militantes socialistas de Bilbao, Santander, Madrid y Asturias.
Con su detención, que se prolongó durante casi dos años, la clandestinidad volvía a sufrir un importante descalabro, pero el avance realizado desde el comienzo espontáneo de la conflictividad había revertido en un concepto de lucha que, en unos meses, llevaría al conflicto cumbre para la combatividad socialista en Asturias contra el franquismo: las huelgas de 1962.
El primer pulso al régimen: Asturias en 1962. El período comprendido entre el final de las huelgas de 1958 y las huelgas de 1962 fue un tiempo convulso en el que la clandestinidad socialista sufrió las consecuencias de su participación en las reivindicaciones de 1957 y1958, pero también un período de maduración en el que se gestó una nueva forma de actuar y una conciencia positiva sobre las posibilidades que empezaba a atesorar el nuevo movimiento obrero. La crisis sufrida en la redada que acabó con la ejecutiva de Herminio Álvarez, Avelino Pérez y Prudencio Madalena fue atajada en una reconstrucción efectuada en 1962, con la vuelta de los responsables políticos y sindicales a la libertad.
Las huelgas de 1962 comenzaron, como era habitual, como un movimiento de solidaridad desencadenado por un incidente aislado que surgió en un pozo minero, pero las organizaciones clandestinas llevaban tiempo trabajando en la posibilidad de estructurar una respuesta a los atropellos a que les sometía la dictadura. Existían agravios estrictamente laborales que estaban socavando la capacidad para procurarse una subsistencia digna, al tiempo que las condiciones de seguridad continuaban siendo similares a las que se daban en la inmediata posguerra. Para los socialistas, aquella huelga permitía llevar un paso más allá la aportación de su trabajo a la clandestinidad, abandonar la inmovilista permanencia simbólica del trabajo antifranquista y embarcar a su organización en un movimiento realmente implicado en el derribo del edificio político y socioeconómico del franquismo.
“No fue una huelga espontánea. Hacía tiempo que estábamos detrás de ello. Era necesaria una huelga para recriminar a la dictadura franquista y para que subieran los sueldos. Después de salir de esa huelga nos subieron el doble de la paga. El picador que ganaba 2000 pesetas, al terminar, ganaba cuatro. El doble. No es broma. Se hizo la propaganda, se organizó muy bien. Se llevó por toda Asturias”. La huelga comenzó en 1962 en la cuenca del Caudal, donde los
socialistas poseían menos representación. La Organización socialista tenía más miembros y mejor estructurados en la cuenca del Nalón, donde trabajaba habitualmente la dirección política y sindical y los miembros más activos e implicados. Sin embargo, en esta ocasión el detonante que hace estallar el conflicto surge en la cuenca del Caudal, concretamente en el Pozo Nicolasa en Fábrica de Mieres. Un conflicto menor sobre los turnos de trabajo llevó a un pequeño grupo de picadores a iniciar el día 5 de abril una producción de bajo rendimiento. La respuesta patronal, consistente en la suspensión de empleo de siete trabajadores en espera de la resolución de un expediente de despido, desató la solidaridad en el pozo. Los trabajadores comenzaron a dejar de efectuar sus labores. El conflicto comienza a ser denominado “huelga del silencio” por la actitud de los mineros que acudían diariamente al trabajo y, sin consignas ni mítines, sólo con la fuerza de las miradas y los gestos, implicaban a sus compañeros en la huelga solidaria con los despedidos de Nicolasa. Una semana después, todas las empresas de Fábrica de Mieres se encontraban en huelga, extendiéndose a los pozos de El Casar, Tres Amigos y Santa Bárbara.
A mediados de abril, se encontraban prácticamente inactivos los pozos de la cuenca de El Caudal. En las minas del Nalón comienzan a realizarse reuniones y asambleas para determinar las posibilidades de adherirse a la protesta. Algunos grupos iniciaron la estrategia de bajo rendimiento. Los socialistas trabajaban a ritmo frenético para conseguir estructurar la que estaba
convirtiéndose en una huelga general en Asturias: “Yo coordiné un comité de propaganda para extender por el Valle del Nalón la huelga. Vinieron los compañeros del Pozo Nicolasa, Pedro y Leonardo. Dijeron que era imparable en Mieres y que necesitaban que se extendiera a Langreo. Ellos habían estado con uno que había estado conmigo preso, pero que era el secretario general de la JOC, en Asturias, Manuel Álvarez Herrero. Les dijo que Avelino entendía el tema. La policía franquista lo empaquetó como comunista, y era verdad, tenían razón. Llegaron a tener como secretario general de las JOC a un comunista. Y era un líder. No es moco de pavo. Nos reunimos en Pola de Siero, después volvimos a La Hueria. Había que montar la estructura. Yo designé a Luis Fernández Roces, Francisco Roces, José Luis Fernández Roces, Ramón García Carrio, Florentino Vigil. Mandé tres a imprimir propaganda, uno de enlace y dos a repartir por los grupos. Así organizamos el asunto y estuvimos tiempo haciéndolo. Mandábamos a redactar la octavilla a Emilio Barbón a Laviana y ahí planteamos la jornada de siete horas. Cinco días de trabajo, escala móvil de salarios. Nunca había aparecido cosa igual. Tuvo una aceptación enorme. No nos dio tiempo a consultar con Toulouse. Fue a toro pasado. Apoyaron después, pero no nos dio tiempo a consultar. Los acontecimientos iban con tal rapidez que hubo que reaccionar.” Unos días más tarde quedaba suspendida al completo la actividad minera en el Caudal y en buena parte del Nalón –a finales de abril estaban cerrados todos los grupos de la Duro Felguera, excepto Valdelosmozos y Santa Bárbara, y también habían cerrado Carbones la Nueva y Carbones Asturianos- y el 26 de abril se incorporaba a la huelga La Camocha en Gijón. La situación era tan
grave, que incluso llegaron algunos barcos con cargamentos de carbón, procedentes de Alemania y Polonia que fueron descargados por el ejército, ante la negativa de los trabajadores del puerto de bajar la carga. Ante la dimensión de los paros, el régimen buscó una recluta a marchas forzadas en otras zonas, fundamentalmente en León y Palencia, que dio escasos resultados. Los socialistas lanzaron octavillas por las cuencas en las que demandaban la escala móvil de salarios, que en ese momento debía de estar fijada en 140 pesetas para los obreros del exterior y 150 para los del interior, actualización de las pensiones laborales en la misma proporción y libertad de asociación y sindicación. “Se llevó [la propaganda] por toda Asturias. Donde había minas, allí estábamos. Ramón García Carrio tenía una moto, como yo. Conmigo iba Florentino. Ramón García Carrio iba la zona de Bimenes y la zona alta de la montaña, en un pozo que hay, el Pozo Lieres. Florentino y yo empezamos en La Camocha, después vinimos a Mieres, subimos y empezamos a tirar en el Pozo Fondón y en toda la parte de Sama, para llevar propaganda para que la repartieran allí. Ya habían llevado a la zona de La Hueria, al Pozo Sotón, al Pozo Venturo. Después nosotros tiramos en La Mosquitera, al pozo en que trabajaba yo y al pozo Terrerón. Ramón tenía que venir a enlazar con nosotros, pero ese día fue cuando lo detuvieron”.
La detención de Ramón García Carrio, uno de los encargados del reparto de propaganda socialista, abrió una fase de detenciones en la que cayeron los militantes socialistas Luis Fernández Roces, José Luis Fernández Roces, Florentino Vigil Fernández y Avelino Pérez Fernández, el último de los cuales consiguió escapar arrojándose al río, protagonizando una huida entre disparos policiales que conmocionó a toda la cuenca del Nalón. “Nosotros teníamos la consigna de que si caía alguien de los cuatro que estábamos rodando, tres en ese momento -éramos muchos más, pero estaban en otra zona- el primero que cayera tenía que decir que era yo el que di la propaganda. Yo descubría al secretario general que era Luis, entregábamos las máquinas, y ahí cerrábamos el círculo.Teníamos que cerrarnos a blancas para que no descubrieran a toda nuestra gente. Ramón cayó temprano, hacia las 10 de la noche. Yo y Florentino estuvimos hasta las cuatro de la mañana repartiendo propaganda. A las cuatro, dejamos la moto en Tuilla y tiramos para el pueblo, el Ciacal. A las 6 de la mañana vinieron a detenerme a mí en la cama. Acababa de acostarme”.
Junto a los socialistas cayeron ese mismo día, 2 de mayo, diecisiete personas acusadas de comunistas. En los interrogatorios los militantes socialistas fueron forzados incluso a firmar un documento en el que se declaraban comunistas, lo que significaba el empeoramiento inmediato de la situación penal de los detenidos. Pero la huelga continuó su imparable extensión, con bríos renovados por la represión, por otros sectores productivos como la siderurgia, la producción de gas, los astilleros, la producción de explosivos y todo tipo de empresas extractivas. Comenzaba a ser motivo de interés en los foros europeos, por su llegada a otras zonas del territorio nacional.
La extensión de la protesta forzó al gobierno a la negociación. La llegada del delegado nacional de Sindicatos, José Solís Ruiz, a Oviedo marcó el comienzo de las negociaciones que se cerraron con la vuelta a la normalidad entre los días 5 y 7 de junio de 1962. La promesa de una liberación de los detenidos, la vuelta de los despedidos a sus puestos y el aumento del precio del carbón para financiar la subida salarial y de los destajos fueron las medidas más importantes. Pero en la práctica, aunque la situación económica de los mineros mejoró sustancialmente, las medidas represivas no fueron completamente revertidas y en agosto una pequeña oleada de protestas sirvió para volver a desatar una represión de la que fueron nuevamente víctimas algunos de los militantes socialistas.
“En agosto, creo que el 26 de agosto, saltó una huelga en el pozo Venturo. (…) Lo mío era lo más grave porque si me cogían, tenían pensado mandarme a Mahón. Yo estaba eximido de la mili en la mina. Si me cogían, me castigaban como militar, y me mandaban a unos cuarteles en Mahón que eran malísimos. Aquella huelga empezó. Paramos todos los pozos. Nosotros no hicimos nada ???porque sabíamos que estaba hecho a propósito para jodernos a nosotros.
El día 28 ó 29, estábamos en huelga y sube un guardia jurado a casa de Luis y mía a decirnos que estábamos despedidos de la empresa. La ejecutiva estaba deshecha, había caído presa. Los otros estuvieron en contacto con Toulouse y allí decidieron que Luis y yo teníamos que marchar al exilio”.
Esta segunda huelga durante el mes de agosto fue considerada por la mayoría de los militantes socialistas la consecuencia de una provocación patronal que tenía como objetivo la práctica del lock-out y la justificación de las durísimas represalias. Casi todos los informes y los protagonistas consultados consideran que el incidente que provocó el inicio de la huelga –la negativa de un trabajador a trabajar con un vigilante concreto fue respondida con amenaza de despido- no era un motivo suficiente para desencadenar un conflicto de tal dimensión.
En el exterior de España, las secciones y agrupaciones de la UGT habían tratado de coordinar una ayuda para los huelguistas españoles. Nuevamente la CIOSL encabezó las quejas internacionales y la movilización a favor de los mineros de Asturias y de todos los trabajadores españoles en huelga, formalizando sus protestas ante el embajador de España en Bruselas contra la declaración del estado de alarma y denunciando ante la OIT, conjuntamente con la CISC (Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos), las medidas de represión del Gobierno de Franco55. Gran parte de los sindicatos europeos, aguijoneados por la labor propagandística y solidaria de los ugetistas exiliados, prestaron su apoyo económico a la resistencia obrera dentro de España, como expone Francisco Santín Ortiz de Zarate, un niño de la guerra acogido en Bélgica que relata su trabajo en la UGT con los sindicatos y partidos belgas a favor de la solidaridad con los compañeros en huelga. “Las huelgas de 1962 tuvieron mucha repercusión en Bélgica. Sí, claro, porque a partir de esas huelgas en Asturias, que se extendieron en el País Vasco, hubo intervención de la UGT en los medios de comunicación. Nosotros desde el exterior con las organizaciones sindicales y políticas de izquierdas podríamos ayudarles. Hubo solidaridad económica pero la solidaridad en contra del régimen, a través de la prensa, a través de documentos,manifestaciones, aquí marchó a tutiplén: mítines, manifestaciones en Bruselas, en Lieja, en Charleroi…
En cuanto a la solidaridad económica, en el partido hermano [Partido Socialista Belga] se hizo una suscripción popular que nos entregaban a nosotros y nosotros lo enviamos a Toulouse. También lo hizo la FGTB y ese dinero igualmente iba canalizado a través de Toulouse”. La Alianza Sindical organizó también sus redes de solidaridad, incluso al otro lado del Atlántico, en Caracas.
“La Alianza ha abierto una suscripción de ayuda a nuestros compañeros de España a base de unos boletos de 2 y 5 bolívares. La recaudación es lenta porque la situación económica es mala. (…) Los compañeros de la CNT han hecho una edición de bonos por cuenta propia”. Las ayudas recibidas, canalizadas a través de Toulouse fueron repartidas por el Secretaría Provincial de la UGT en Asturias, entre los más necesitados de los huelguistas, sin distinción de militancia, en cantidades siempre inferiores a 500 pesetas. La solidaridad funcionó en todos los resortes de la clase trabajadora asturiana, lo que se convirtió en uno de los factores determinantes para la continuación de la huelga hasta extremos impensables por el propio régimen. A pesar de ello, durante algunos meses la situación que vivió Asturias fue dura: el hambre hacía estragos entre la
población que contemplaba cómo los guardias civiles custodiaban los economatos, los mineros que vivían en barracones preparados al efecto – fundamentalmente los mineros que habían venido de Andalucía y los solteros que no tenían vivienda- fueron expulsados de la vivienda por negarse a trabajar, no había carbón para cocinar ni para calentar los hogares. Y sin embargo, las penalidades no impidieron que, durante casi dos meses, el Nalón, que discurría de un color negro durante los días de trabajo, bajara hacia el mar con un color cristalino y puro.
Consecuencias de las huelgas para los socialistas: inhibición sindical y segundo exilio.
Las huelgas de 1962 se cerraron con la participación de más de 40.000 mineros, varios miles de siderúrgicos y 15.000 trabajadores gijonenses, llegando más tarde a la totalidad de las cuencas mineras españolas, a la industria vizcaína y a la guipuzcoana. En El socialista se hablaba de 60.000 mineros en huelga en el mes de mayo y, en la línea del apoyo de las organizaciones sindicales internacionales, se expresaba el apoyo de la Federación Nacional de Mineros de Force Ouvrière, prometiendo toda su ayuda . La huelga se saldaba con 356 trabajadores detenidos, 126 deportados y casi 200 despedidos. Los despidos fueron en muchos casos irreversibles, pero lo que mayor daño causó a las estructuras de la clandestinidad fue la enorme cantidad de mineros deportados. Entre 1957 y 1962 salieron al exilio, forzados por su nueva situación en el interior unos cuantos militantes socialistas, entre los que se encuentran Avelino Pérez, Rufino Montes, José Luis Fernández Roces, Luis Fernández Roces y Ángel José Barrero Ardines. Otros compañeros tomarían la decisión de salir al exilio, en una situación donde las dificultades económicas, propias de la emigración, se mezclaban con una insostenible situación en el terreno de las libertades. De la época de las huelgas en Asturias surgiría un nuevo modelo de relación entre la clandestinidad y el régimen de Franco. Por primera vez, el régimen había tenido que admitir la existencia de las huelgas y la necesidad de negociar bajo la presión de los trabajadores. Ciertamente, había respondido con una dureza incuestionable en aquellos casos en que resultó factible, pero el reconocimiento de los huelguistas españoles y la confluencia de otros movimientos antifranquistas como el encuentro de Munich y la constante rebeldía en las filas de intelectuales y estudiantes situaban en un nuevo plano las relaciones del régimen con su entorno.
Para los movimientos clandestinos del interior, las oleadas de huelgas en Asturias también supusieron un cambio fundamental. Por una parte, los comunistas, muy perseguidos por el aparato represivo del régimen, habían abierto una brecha estratégica fundamental al plantear su decidida infiltración en los organismos sindicales del franquismo. El PCE prestó una temprana atención a las comisiones obreras, definiendo una estrategia precisa respecto a las mismas que le conferiría un papel hegemónico en su desarrollo. Los socialistas, que habían participado a título personal en algunas de ellas, tras las huelgas de 1962 y 1963 empiezan a advertir el carácter de movimiento organizado y rechazan su participación en ellas, condicionados por el riesgo de ver diluidas sus siglas en un movimiento que está siendo monopolizado por los comunistas. Marcelo García Suárez, participante habitual hasta esos momentos de las comisiones obreras y jurado de Empresa en La Camocha expone así su experiencia:
“Comisiones Obreras fue una idea de los curas. Yo fui a una reunión aquí en Gijón, en la iglesia de San José. Estaban los de la J.O.C. y los de la HOAC que eran los mayores.
Ahí surgió la idea de crear una comisión permanente. Los curas nos plantearon crear la comisión de cada centro de trabajo y designar un coordinador a nivel local y de provincia. Yo lo escuché. Vine a hablar con los compañeros del sindicato y del partido y dijeron que no, que aquello era matar a la UGT, que no participáramos en ello. Yo había participado en las primeras reuniones, pero cuando vi el cariz que estaba tomando, dejé de ir. El PCE entró a saco. Fue quitando a los católicos y muchos de los que quedaron pasaron al PCE.
Así se fueron desarrollando las Comisiones Obreras. Yo enseguida me di cuenta que era un sindicato del PCE y había que defender al PSOE. Tomé la decisión de no participar y de sacar adelante al Sindicato Minero [de la UGT] como pudiéramos”63. La UGT y el SOMA, a pesar de la renovación ideológica que habían comenzado con la ejecutiva de Herminio Álvarez, Prudencio Madalena y Avelino Pérez, inician un camino en el que el margen de autonomía para decidir su implicación en los conflictos laborales es realmente estrecho. El purismo ideológico de la reserva espiritual socialista en el exilio significó, en consecuencia, el abandono de la primera línea en la lucha sindical. Sin embargo, varios de los militantes que salieron al exilio como consecuencia del
nuevo clima represivo tras las huelgas, comenzaron una tarea, junto a los exiliados de la Guerra Civil, realmente fundamental: su acercamiento a una masa de obreros españoles despolitizados que, poco a poco, estaba llegando a Europa en busca de mejores condiciones de vida y comenzaba a conocer las ventajas del sindicalismo real. En esa tarea de concienciación de la clase trabajadora española esparcida por Europa, UGT ganó todas las batallas, mientras que en el interior las consignas de la limpieza ideológica y la que consideraban imprescindible protección de sus militantes impidieron a los sindicalistas socialistas participar en la nueva tipología de lucha obrera que se había ido fraguando en los ensayos huelguísticos asturianos.