Rafael Gonzalez



A la hora de destacar qué característica, cualidad o actividad prevaleció en la sobresaliente personalidad de Eugenio Royo Errazquin, fallecido el 16 de junio en Madrid, a los 70 años, algunos han preferido su actividad sindicalista y política en la clandestinidad, y después, ya en la democracia, su gestión como gobernante y director de empresa. En todos estos campos, ciertamente, puso de manifiesto su gran capacidad: fue consejero de Economía del Gobierno de la Comunidad de Madrid; Director General de Hidráulica Santillana y miembro de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Royo se había tomado muy en serio lo que el magisterio de la Iglesia, desde por lo menos Pío XII, viene recomendando respecto a la participación de los cristianos en la vida pública; allá por los sesenta, fundó, junto con otros dirigentes obreros, la Unión Sindical Obrera, USO, de la que fue Secretario General hasta 1973. Después dedicó algún tiempo a una importante cooperativa industrial de Mondragón. Mi conocimiento y afecto proceden de una etapa anterior, en un pasado que, a diferencia de otros políticos, él nunca ocultó; es más, estaba orgulloso de él y gustaba recordarlo con los amigos de juventud, cuando a veces coincidíamos en algún acto oficial.
El Eugenio Royo que yo recuerdo, y por el que siempre sentí una gran admiración y cariño, es el líder indiscutible de la Juventud Obrera Cristiana de España (JOC-E). Inició su militancia apostólica entre los jóvenes obreros de su Rentería natal cuando era un chaval; pero pronto destacó y fue elegido Presidente de la JOC de Guipúzcoa. Con 25 años, en enero de 1956, fue nombrado Presidente de la Comisión Nacional de la JOC de España. Entonces lo conocí. Yo empecé a desarrollar mi vocación periodística en Juventud Obrera, que fue lo primero que fundó aquella Comisión. El consiliario nacional era don Mauro Rubio, después obispo de Salamanca, que habrá recibido allá arriba a Eugenio con la sutil sonrisa que don Mauro dirigía con especial afecto. A don Mauro le sucedió don Ramón Torrella, después arzobispo de Tarragona.
Cuando Royo dejó la presidencia de la JOC española, este movimiento de apostolado juvenil y obrero era, sin duda alguna, junto a la HOAC, el más activo, eficaz, comprometido, y el de mayor prestigio de todos los movimientos apostólicos de la Iglesia en España; pero también el más discutido y el que más problemas creó. La JOC, durante la presidencia de Eugenio Royo, se convirtió en la punta de lanza de los movimientos de apostolado seglar de la Iglesia en España. Su contribución en la formación de una conciencia democrática y su lucha por las libertades políticas y sindicales, basadas en los principios cristianos del orden político y social, fue decisiva y una de las causas determinantes de que la transición política en España se resolviese sin traumas ni revanchismos. Esto no es una apreciación personal; sobre ello existe una abundantísima documentación y se ha escrito mucho por relevantes expertos en apostolado social, politólogos y sociólogos.
Eugenio Royo dejó la presidencia de la JOC española porque, en agosto de 1958, el I Congreso Mundial de esta organización católica, al que asistieron delegados de 95 países de los cinco continentes, lo eligió miembro del Comité Ejecutivo Internacional. Todavía se mantenía muy activo el fundador de la JOC, monseñor Cardijn, a quien el Papa quiso reconocer su gran labor evangelizadora entre la juventud obrera nombrándolo cardenal, sin que hubiese sido previamente consagrado obispo. Debido a su nueva actividad, Eugenio Royo residió alternativamente en París y en Bruselas; viajaba por toda Europa y América, y mantenía relaciones con organismos internacionales, tales como la OIT, la UNESCO y otros. Desde entonces, muchos perdimos el beneficio de su trato frecuente; pero, a pesar de la distancia de los años, quienes lo tratamos en la juventud habíamos conservado no sólo el entrañable afecto de su sencilla cordialidad y equilibrado carácter, sino también la admiración que despertaba por su capacidad de análisis, su riguroso razonamiento y la agudeza de su juicio. Analizar con Eugenio un hecho de vida, como decíamos en la JOC, era recibir una lección magistral de humanismo y cristianismo. El ver era exhaustivo; el juzgar, con los evangelios en la mano, de gran profundidad, y sugería nuestro actuar con sabiduría de maestro. Esa metodología, genuinamente jocista, la practicaba magistralmente tanto en asambleas y grupos como con individuos en particular. Personalmente tuve ese privilegio, y en aquella revisión de vida surgió el versículo 7,25 de San Mateo: Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, pero no cayó porque estaba fundada sobre roca, que elegí como lema de mi futura familia. Y así fue, y sigue siendo, y se va trasmitiendo a otras jóvenes familias.
Comprenderá el lector que tales recuerdos me produzcan gran alegría, absolutamente compatible con el dolor que me ha producido la noticia de su muerte. Y también es consolador saber que Eugenio se ha presentado ante el Altísimo con su sencilla sonrisa y le ha mostrado sus manos. Todo lo que hiciste por esos pequeños —le habrá dicho el Señor-—, por esos jóvenes obreros abandonados a sí mismos, por los ignorantes, por los refugiados, por cuantos tenían sed de justicia y afán de superación, a mí me lo hiciste. Y don Mauro; don Martín Arroyo, inolvidable consiliario de la JOC de Madrid; Pinón, el Presidente nacional al que él sucedió; José Antonio Alzola, el Presidente que le sucedió a él; Gregorio Cristóbal, mi Presidente diocesano de Madrid, y su mujer, Dora Torre, la chilena que fue secretaria de monseñor Cardijn, y el mismísimo Cardijn y otros muchos, como Camuñas, testificarán de todo eso ante el Señor. Aunque el Señor, ya se sabe, no lo necesita. Tampoco lo necesitan María Eugenia, su mujer, y sus tres hijos. Pero les agradará saber que todavía quedamos muchos que guardamos para siempre un entrañable recuerdo de aquel chicarrón del norte que tanto influyó en nuestras vidas y en nuestro futuro.
Rafael González